Existen muchos tipos de historias pero todas comparten los mismos elementos, la diferencia entre unas y otras radica, para mí, en la cantidad de estos recursos que se utilicen en unas y en otras. Por ejemplo, somos capaces de etiquetar, sin (casi) pararnos a pensar, una novela como policíaca o como fantástica.
Uno de esos elementos comunes es la intriga, el suspense, esa sensación de incertidumbre ante las líneas que leemos y las que no leemos pero que llegamos a entrever. De todas las historias y textos que he escrito creo que esta es una de las características que más flaquean, así que me he propuesto conseguir escribir algo con intriga. Creo que este podría ser un buen comienzo:
Calma. Eso fue lo que sentí cuando entré por primera vez, hace casi veinte años, en aquella casa. La fachada, con un escudo labrado en piedra en la parte frontal, justo a la derecha de la gran puerta de roble, estaba construida con bloques de piedra, perfectamente alineados y de un color parduzco. Las ventanas, oscuras como la puerta, se repartían simétricamente en las tres alturas del edificio, equilibrando la entrada, que conducía al interior. El hall, tirando a pequeño, se vestía con una mesa recibidor de mármol blanco con el pie de forja dorado, un paragüero del mismo metal y un espejo vertical al lado de éste, y franqueaba el paso hacia las demás estancias a extraños y vecinos curiosos, que se acercaban hasta allí con pretextos dispares, deseosos de pasar más allá y ser confidentes de los secretos que allí dormían y que tantas veces, desde pequeños, habían escuchado al calor de las noches invernales.
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